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18 de noviembre de 2009

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Alcatraz , la morada del miedo

El aire azota sin piedad en el barco que conduce a la prisión más famosa de todos los tiempos, Alcatraz, que ahora cumple 75 años.
Un frío raro, intenso, que uno imagina infernal en pleno invierno. Aquí está la cárcel que el cine ha hecho célebre en todo el mundo.
Nada más entrar hay una foto enorme con los hombres que se pudrieron entre sus rejas, los enemigos públicos número uno y una sentencia que en la película  La Fuga de Alcatraz se hizo célebre:
“Los que desobedecen las reglas de la sociedad van a prisión, los que desobedecen las reglas de la prisión vienen a Alcatraz”.
Unos metros más allá se encuentran las duchas comunes, primera humillación para todos los que en su día cumplieron sus penas entre estas paredes. El frío es atroz. Y uno imagina cómo tendría que ser ducharse aquí.
Como confesaba el preso Jim Quillem, “¿merece la pena seguir viviendo en estas condiciones?”.
Alcatraz estaba destinada a eso, a ser una tortura de la que nadie pudiera escapar, pero no siempre fué así. Entre 1859 y 1933, cuando era cárcel militar, algunos presos lograron evadirse tras robar lanchas y gracias a alguna que otra casualidad. Otros perecieron o fueron capturados. Muchos lo intentaban con disfraces, falsificaciones o lanzándose al mar. Alcatraz no era una cárcel de máxima seguridad entonces.
Sin embargo, a partir de 1934, todo cambió. La Gran Depresión convirtió a América en un país loco y había que pararlo. La Roca pasó a ser el símbolo de la lucha contra el crimen. Da fe de ello el último enemigo público americano Alvin Karpis, que estuvo en Alcatraz desde ese año hasta su cierre y que fue capturado por el mismísimo Hoover. Allí supo de barrotes reforzados, dianas constantes, un vigilante para cada tres presos, controles diarios, y diminutas celdas individuales donde la intimidad no era un derecho. Hicieras lo que hicieras, el compañero de enfrente te podía ver.
La regla número cinco de la prisión lo dejaba claro:
“Tienes derecho a comida, ropa, y atención médica”. El resto son privilegios, incluido el trabajar, un anhelo para muchos que no soportaban las 16 horas al día dentro de la celda.
Paseando por los pasillos hay retratos de algunos de los más famosos delincuentes que vivieron ese día a día. Como Al Capone, respetado pero incapaz de aguantar la imposibilidad de hablar a no ser que un guardia se dirigiera a él. Incluso la madre de este capo de la mafia tuvo que desnudarse al pitar en un control. Alcatraz era así, y Capone también. Su sonrisa en la foto de ingreso (el único que ríe, el resto de los retratos da miedo), demostraba que no esperaba pasar muchos años allí. Estuvo cuatro. Una sífilis llegó en su ayuda.
En las celdas, la cama es dura como las piedras y la manta no cobija del frío. Es liviana, ridícula para la temperatura ambiente. Un inodoro y una mesa es todo lo que acompaña al preso. Las de castigo son escalofriantes. Ni luz, ni un sonido. Llama la atención los aún conservados cuadros y libros que decoran las celdas de los que decidieron que era mejor vivir ahí (entre cinco pies de ancho, y siete de alto) que intentar escaparse. Lo intentaron 36 de un total de 1.545 reclusos que pasaron por allí en estos 29 años. Todos menos cinco fueron capturados (algunos aferrados a rocas en el mar, medio muertos de frío y cansancio) o abatidos.

De cinco de ellos nunca más se supo, aunque tal vez Frank Morris, al que encarnó Clint Eastwood, y los hermanos Clarence y John Anglin puede que lo lograran. El FBI les dió por ahogados, como a otros dos desaparecidos años antes, pero su fuga fue antológica. Y el misterio de sí lo lograron sigue vivo.
Ver la celda de Morris, con un 133 de coeficiente intelectual, es visita obligada. Allí, a modo de homenaje, permanece la cabeza ficticia, de papel y cartón pero con pelo real, que crearon tanto él como los hermanos Anglin para engañar a los guardas en los controles. Allí está, arropada por mantas y es cierto que en la oscuridad engaña.

También sorprende el agujero en la ventilación logrado con una cuchara como mayor instrumento. ¿Cabe por ahí un hombre? , la realidad dice que sí, y uno piensa en el instinto de supervivencia. Tras escalar por varias trampillas y vallas, los cuatro habían logrado crear una balsa y chalecos salvavidas con impermeables que fueron robando poco a poco. El mar fue el último en verlos, aunque algunos de sus objetos personales fueron encontrados en una isla cercana, ¿fué un truco más, o murieron? .
Un compañero también se quedó con la duda, Allen West les iba a acompañar, pero se vino abajo en el último momento y cuando intentó ir en busca de sus amigos y huir, ya era tarde.
De los 14 intentos de fuga, la más terrible se produjo el 2 de mayo de 1946, la batalla de Alcatraz. Una llave que no pudo abrir la puerta adecuada dio al traste con unos planes de fuga que también se ven en la cárcel hoy. Ahí están los barrotes distorsionados para escapar, las marcas de los tiros y las granadas lanzadas desde el exterior y uno piensa en los guardas arrollados y en los dos que ese día vieron su último día en Alcatraz, la misma suerte corrieron todos los presos que participaron en el intento de la fuga más sangrienta que la Roca recuerda. Porque eso es en lo que uno piensa trás unas horas en Alcatraz y visitar las cocinas y el patio donde a los cinco minutos las manos ya casi no se mueven por culpa del viento helado, en escapar, uno sólo piensa en escapar.
Hoy, por el contrario, Alcatraz es uno de los lugares más visitados de Estados Unidos y festeja sus 75 años con una muestra de objetos, fotos y exposiciones. En 1963, Robert Kennedy decidió cerrarla, como ahora hace su puerta principal a nuestra espalda. Y es ahora, cuando abandono esta roca mítica, cuando vuelvo a pensar en los hombres que robaron uniformes, murieron ahogados y se volvieron locos viviendo aquí o intentando escapar. Y mirando al mar, y a su agua helada pienso,
¿De verdad alguien logró escapar de la cárcel más segura que nunca construyó el ser humano?

Artículo de : J.L.García Guerrero (San Francisco) 


Más información : Wikipedia
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